Capítulo :ES DEMASIADO TARDE PARA DETENERNOS AHORA

"A veces sabes de dónde vienen las ideas y veces no lo sabes. A veces puedes tener una canción creciendo de la que no entiendes. Hay muchas cosas subconscientes de las que puedes escribir. [...].
Es el espíritu que surge en una canción como Madame George, es lo que el espíritu dice. Y tú tienes muy poco que ver ahí. Eres como un instrumento para lo que va saliendo. Es lo mismo que cuando los primitivos, africanos, indios, nómadas, quien sea, cuando se alzan y hacen su ritual y bailan, es tan sólo lo que pasa a través de ellos. Es el espíritu" (Van Morrison).

Van Morrison dio forma a un estilo completamente único en "Astral Weeks", una amalgama de jazz, soul, blues, arropado por orquestaciones que en ocasiones sonaban a música erudita y en otras portaban brisas de música celta y country y en el que subyace la sensación de ser un disco como ningún otro, ni siquiera se parece a ninguna de las grabaciones anteriores o posteriores del propio Van Morrison. Se grabo en solo dos sesiones espaciadas en dos meses distintos y el resultado es a la vez ajustado y espontaneo, como si todos hubieran sido absorbidos a una dimensión paralela donde el tiempo tiene otros ritmos. Los músicos suenan tan poseídos como Van Morrison cuando se detiene en una palabra o una frase, y repite insistentemente sus sílabas, las desgaja, las atomiza, las deforma, buscando liberar lo infinito que subyace tras el silencio: lo que no podemos expresar ni pensar pero existe. Su sentido de la estructura, ese fraseo aparentemente desarticulado y sus silencios contenidos, no se tratan tanto de ideas elaboradas una tras otra, sino que podría describirse como una suerte de frases centrifugas a partir de la frase vocal inicial. Más que descartar y construir líneas melódicas a través de la depuración, construye variaciones sobre un motivo: lo embellece y colma, luego lo simplifica y lo abstrae. Van parece obsesionado por "cuánta información verbal o musical puede comprimir en un pequeño espacio y, casi al contrario, hasta dónde puede extender una nota, una palabra, un sonido o una imagen" diría Lester Bangs. Toda percepción es el resultado de vibraciones, Van Morrison logra, repitiendo y prolongando esas fracciones mínimas de contenido musical y verbal, que extendamos nuestra sensibilidad sobre una mayor gama de esas vibraciones. Busca una fisura en el silencio. La encuentra, se adentra en ella y de repente cruza el umbral y ya no importa nada a tu alrededor: eres poseído por un rapto místico y arrastrado por ese niño que alguna vez fuiste. Ese terrible momento en el que sientes el abismo de que fuiste otro, otro que nada tiene que ver con el que eres ahora. Y dudas si alguna vez fuiste del todo, si no has sido ni eres más que una serie de procesos bioquímicos internos y preconfigurados de antemano por tu organismo marcados por experiencias aleatorias o sobrevenidas de las que apenas se es consciente (como ahora mismo, mientras este momento se va por siempre, se me escapa lo que trato de decir, sometido a las convenciones del lenguaje y del pensamiento. Dudando siquiera de si estas palabras son mías y sin saber de donde surgen. Y busco el contacto con el otro -con ella- que me defina y me dé forma en sus ojos). Sientes más que observas las imágenes que irradian luz, que aún brillan y no están desgastadas por la negrura del recuerdo. Giran, en constelaciones secretas que no puedes acceder en los bancos de memoria de tu mente ni por la supremacía de la visión como sentido, solo las activan sonidos, olores, sueños, situaciones enfebrecidas o que te ponen en contacto con lo divino. Solo se puede viajar a ellas sin buscarlas, moviéndote por azar, situándote en el borde del abismo de la certeza de que, tras la intrusión de la irrealidad no exista únicamente la terrible verdad de la total ausencia de voluntad en todo ser humano. En sus primeros álbumes, ¿Devendra está practicando un fluir de la conciencia o está vagando solo para ser invadido por una trama pre-escrita, un arquetipo (el hobo, vagabundo de los tiempos de la Gran Depresión o el nómada mítico del blues, mil veces loado en el ethos de sus canciones y mil veces personificado por las existencias orbitales de sus practicantes)? Si tratamos de retroceder al albor primero de la infancia, cercenando las capas de automatismo inducido, buscando el quiebre con la estructura gramatical del pensamiento que sublima lo lineal (convirtiendo el océano de información que percibimos en un triste riachuelo por el que solo brota un pequeño caudal de agua), ¿a qué orillas arribaremos? Hic sunt dracones (aquí hay dragones) nos advierten los mapas de siglos anteriores de lo que aguarda tras las zonas no cartografiadas, pero los navegantes saben que exponerse a estos peligros es vivir y no sólo existir. "Navegar es necesario/ Vivir no es necesario" dejo escrito el argonauta anónimo en la cubierta de su navío. Es necesario saborear el azogue del alma calentando un cuerpo aterido por el frío del miedo, es preciso escuchar los silbos de los delfines y el arrullo del aleteo de los cetáceos, también escuchar las canciones de las sirenas como Ulises y dejar que el aliento de los céfiros sople las velas para someternos al frenesí del universo obligando a que nos empuje a donde nuestra voluntad decida. Llevando a buen puerto su nave, Van nos conduce a los lugares de su/tu niñez antes de que sucediera algo allí, a la forma que tenían aquellos días cuando solo existían posibilidades. Ese acercamiento a las epifanías de la juventud no es directo, sino impresionista, mediante retazos y jirones de palabras y evocaciones de imágenes y sentimientos, un fluir de la conciencia y escritura automática, hasta que mediante estas formas narrativas fragmentarias se alinea el mundo sensible con el mundo inteligible: la emotividad de la que es insuflada tus sentidos es la vía por donde Van hace fluir las verdades que ha vislumbrado en su esotérico trayecto, en el cual, sin salir físicamente de los lugares de su niñez en Irlanda, ha encontrado las verdades que subyacen tras las superficies de las cosas, creyendo firmemente en que solo desde la particularidad estética y vital más enraizada en lo localista se puede alcanzar la universalidad.

El estilo es un conglomerado sólido de materia de blues, de soul, de folclore celta, pero virado hacia la improvisación del jazz (y como en esta práctica o en un cuadro abstracto, no hay necesidad de entender nada en el disco, solo dejarse llevar por él) al ser músicos de este estilo quienes vehiculan el resto de idiomas musicales y es esta impronta dislocada sobre la que Van conduce, con el grano de su voz, la empresa a buen puerto. De la garganta de Van, (un tipo de canto, que si dibujásemos un diagrama de Venn estaría inmerso dentro de los círculos correspondientes de la escritura automática, el flujo de conciencia, de la poesía, de las formas preverbales y del impresionismo) no surgen solo palabras, sino que de su garganta, como si fuera un médium en trance, un sacerdote en rapto místico, emergen fragmentos de vidas pasadas, futuras y otras que nunca jamás fueron, cinceladas con la materia que da forma a nuestros sueños. La técnica de la música o el significado de las palabras es trascendido (en el "Cyprus Avenue" que corre por youtube, perteneciente al 23 de septiembre de 1970 en el Fillmore East de Nueva York, Van verbaliza las limitaciones del lenguaje con ese entrecortado "Mi lengua se paraliza/ Cuando trato de hablar" o el abortado clímax final tras soltar ese desafiante: "!Es demasiado tarde para parar ahora!") y en ese proceso se impone lo trascendente a lo accesorio, como si accediese directamente a la fuente una forma de comunicación pretérita al lenguaje: la música, el sonido como un ideograma. Van emite un sonido que no pertenece a la esfera del lenguaje -puro subtexto- y si a la esfera más pura de la música y conjura una imagen, una sensación, proyecta un metraje de su vida (real o soñada, tanto da) en la que te sientes también protagonista. Sonidos que no buscan una salida, sino una entrada, un camino de regreso a cierto lugar que Morrison siente en su interior.

El disco es el espectro cautivo de un momento único, irrepetible, que no podrían repetir de ninguna manera al ser fruto de una mente comunal instaurada entre los participes de manera espontanea. Gracias a la magia de la grabación sonora hemos capturado ese momento de gracia plena, a Van Morrison retirado en el beatus ille de Cyprus Avenue, apremiando collige, virgo, rosas mientras puedan detenerse a olerlas a las bailarinas y a las colegialas que contempla en estado de éxtasis en la estática Cyprus Avenue. Quizá el éxtasis sea eso, simplemente detener un momento evanescente, el retal de un recuerdo, por siempre, a voluntad. Aún a sabiendas que la eternidad nunca dura lo suficiente. Quizá Van Morrison y/o las personas que habitan o se transforma -si de algo podemos estar seguros es que una persona de 23 años, los que tenía Van Morrison por entonces, no ha podido ser quien ha alumbrado este disco, no ha podido acumular, en su corta vida hasta el momento, tanta sabiduría. Es un anciano milenario superpuesto a un niño la persona que canta en este disco- en "Astral Weeks" están allí recluidas ya que se sienten temerosas y terribles porque son incapaces de mediar en el mundo terrenal como nos pasa a algunos, quizá se lamenten por la imposibilidad de recuperar el éxtasis perdido. Como la vida te arrastra a los mismos lugares donde ya has estado antes y te sientes incapaz de abrir sus puertas, siquiera abrir las cortinas a dentelladas de esas estancias selladas. Quizá nunca han superado un punto de no retorno, sucesos traumáticos que han causado una muesca subliminal en la que su yo consciente no repara, perdidos en un dédalo sin saber siquiera que se hallan inmersos en uno, heridas que han arrebatado esquirlas del alma que se han petrificado y ahogan el corazón, abocándonos a seguir manipulando esa energía lunar de los sueños, hasta que nos aleje de esos sueños recurrentes o nos conduzca a la locura. O fuera.

Las palabras que canta Van Morrison son siempre las mismas pero su caja de resonancia (el oyente, nosotros) está en constante proceso de transformación y se solapan capas de significancia según somos otro distinto al que fuimos. "Si me aventurase en el viento/ Entre los viaductos de tus sueños/ Donde los inmóviles bordes de metal se resquebrajan/ Y el arroyo de los caminos ocultos se detiene/ ¿Me encontrarás?/ ¿Me besarás en los ojos?/ Para dejarme caer/ En dulce silencio/ Para nacer otra vez/ Para nacer otra vez". Van Morrison canta poseído, como un cantaor en trance, su voz está en paralelo y la vez secante al resto de la instrumentación. Los músicos de jazz contratados para la ocasión, ofrecen un remanso de paz y belleza, el más maravilloso ágape para los sentidos, mientras que la voz de Van Morrison aguijonea, nos urge y nos despierta. "Este es el momento y todo momento es único y último. El momento es ahora" parece exhortarnos, como un hierofante ("el que hace aparecer lo sagrado") poseído. Y no necesita declarar su carpe diem directamente a los cuatro vientos como hicieron Jim Morrison, los Stones o Pete Townshend, su sentencia es oblicua, resuena en nosotros, no necesita ser siquiera expresada verbalmente. "Astral Weeks" es una fuerza fenoménica. Las fuerzas que se pusieron en funcionamiento al principio del disco se disipan en el último corte, "Slim Slow Slider", montado (puesto que la grabación es un montaje comprimido de dos escasos minutos sobre los más de diez minutos de material registrado) a partir de una improvisación entre el contrabajo de Richard Davis (músico de músicos, en su hoja curricular constan los nombres de Igor Stravinsky, Leopold Stokowski, Leonard Berstein, Eric Dolphy y Miles Davis) y el saxo soprano de John Payne, que sobrevuela como si se hubiese cruzado con una flauta y que sonaba "como si viniera a través de un lago" (Van Morrison) y es el encargado de romper la placidez sonora con su disonancia, como un accidente en el relieve liso del resto del corte. Como si se diese prisa por finalizar la canción, como si el peso que hemos puesto sobre el amor y el destinatario de este dispusiera de un tiempo finito definido antes de revertir y anegarnos al fondo de los lugares baldíos del alma de los que escapábamos al comienzo del elepé. Como si de repente nos diésemos cuenta de que lo que parecía tan sólido era solo un decorado de cartón piedra que únicamente nos engañaba a nosotros mismos. El fundido en negro de las energías cíclicas con que se iniciaba el disco en la también concéntrica canción que es "Astral Weeks". "Energía que se transforma o que va de una fuente a otra en proceso de renacimiento" comentaría el propio Van Morrison sobre la canción. El encuentro con la musa, diosa que concede la vida y también la muerte, que parece narrar Van Morrison, donde la descripción de tierras baldías parece reflejar un paisaje interior. Uno debe morir para empezar a vivir. Y los ritos que conllevan en si la posibilidad de la muerte, incrementan la euforia de la vida. "Te ví venir de Cambridgeport, con mi poesía y el jazz/ yo sabía que tú estabas triste  te ví venir del otro lado del río/ te lo dije a la orilla del río, que te ayude a cruzar/ te ame en ese momento y después [...] Cierro mis ojos y duermo, por el amor que fluye como un monólogo interior" escribe Morrison en la contraportada del disco, letra que no pertenece a ninguna canción aunque haga referencia a varias de ellas. Nótese en esa poesía y en las letras del disco (la relación entre los "jardines completamente empapados por la lluvia" y el "nunca, nunca volveremos a sentirnos viejos otra vez" que le precede, acompañados de ese violín que cala hasta la médula en "Sweet Thing") el simbolismo existente en el río y del agua en general tanto como lugar de renacimiento en la cultura cristiana (Moisés es conducido a una nueva vida flotando corriente abajo del Nilo en un cesto, salvándose así de la sentencia del Faraón o posteriormente, en el Éxodo, cuando el mismo Moisés separa las aguas del Mar Rojo para que el pueblo judío escape de la persecución de los egipcios y hollé la Tierra Prometida) y de muerte (o reintegración, transformación de la energía que vuelve a su cauce primigenio) en la cultura grecorromana al ser el río Estigia el que constituía el límite entre la tierra y el mundo de los muertos. Allí donde Caronte trasladaba en su barca las almas de los difuntos al Hades, allí donde Orfeo bajo en busca de Medea armado únicamente de su voz y su lira, de la que extraía una música capaz de conmover a los mismos dioses del Hades. En los versos de Morrison, este ayuda a una mujer triste a cruzar el río, a renacer y de ese renacer surge el amor incondicional como única guía expresado en "Beside You", "The Way Young Lovers Do" o "Ballerina", los metales de esta última, con el murmullo constante de sus registros graves, anticipando y alentando el movimiento de los brazos para recibir a la muchacha tras acometer la pirueta a la que se le exhorta en el estribillo ("Lo único que tienes que hacer es/ extender tus alas"). Como en la poesía de la contracapa, hay que atreverse a cruzar un obstáculo para alcanzar la iluminación de los ojos del otro. La figura de la musa sigue siendo esa entidad ambivalente que puede traer el paraíso ¿eterno? o la destrucción: el "child" que se extiende al final de "Beside You" para salirse de la canción que lo abarca, como atrapar un sentimiento aún a sabiendas de que nada permanece y todo está sujeto a cambio, la mujer ideal que se vislumbra como musa y luego se desvanece como Medea cuando Orfeo vuelve la vista atrás de "Ballerina" cuando canta "Bueno, se está haciendo tarde" y la sección de cuerdas rodea la oscuridad que se cierne sobre las hojas que caen a la deriva en otoño por calles vacías donde la luz huye, empujadas por ráfagas de viento y tiemblas porque te sientes solo e insignificante, tan a merced de los elementos como ellas.

Esa tristeza que se infiltra como la humedad por la madera de una barca vieja sin calafatear. Esa pequeña sección actúa en contraste con la expectación que se ha creado a lo largo de la canción, merced a ese contrabajo análoga a la tensión ejercida sobre la cuerda de un arco y el brazo que la estira, antes de disparar la flecha, ese instante donde converge aquello que jamás debió ser separado: lo masculino (la fuerza necesaria para abrir el arco y aguantar la presión) y lo femenino (la delicadeza al apuntar). En la mencionada "Sweet Thing" hay una impronta a rechazo del mundo adulto ("y nunca, nunca, nunca volveré a hacerme tan mayor", "contaré las estrellas que brillan en tus ojos para asegurarme que todo está bien/ nada de leer entre líneas") y la dulzura de las notas de la flauta es como si la quien la tocase fuese el mismo Hamelín. Es como si Morrison, asustado por la horrible cosmogonía desplegada en la barahúnda de imágenes, salidas de un hipotético "On The Road" reelaborado por Lorca, del primer corte, "Astral Weeks", nos retirase a una Neverland pagana, a cuando aún sentía la luz ("Llévame atrás/ ayúdame a comprender/ llévame ¿recuerdas el tiempo, cariño? ¿Cuándo todo tenía más sentido en este mundo[...] al tiempo/ cuando paseabas, por el verde campo, por un verde prado[...] Y el cielo era azul/ Y no tenias preocupaciones[...]Llévame atrás/ a cuando, a cuando entendía/ cuando entendía la luz/ en la radiante tarde[...] En el eterno momento/ en el eterno ahora/ Cuando vivías en la luz/cuando vivías en el paraíso/ en la luz, en el paraíso/ Y la bendición" de "Take Me Back", "Hymns to the Silence", 1991), a cuando las únicas preocupaciones eran jugar al futbol para el entrenador y la gloria del amor. A tu lado, siempre a tu lado. La forma en que Van suspende con su voz la palabra "ballerina" de manera en que esto retrasa el alcanzar a la mujer/musa prepara el cuadro atmosférico para la desolación de "Madame George". El "Sister Ray" (Velvet Underground) de Van Morrison y una de las canciones más compasivas jamás escrita (de ahí el vínculo con Lou Reed, por su forma de retratar a los desheredados de la sociedad), según Lester Bangs. A través de la ternura de Van, tras el disfraz que confeccionaron los años, tras la errónea presunción de que ese triste travesti viejo, jamás había sido, y seguía sin ser, un ser humano real, emerge la persona. Alguien que existe y alguien que existió, un ser humano, con sus sueños e ilusiones, no un monstruo, ni un pervertido, ni un desviado.

Es alguien que aún sabe hablar los lenguajes que inventamos en la niñez, que aún atesora esas formas perdidas del lenguaje, que vislumbra lo sublime cuando mira el horizonte, para quien las formas caprichosas de esos navíos voladores llamados nubes encierran sus sueños, para quien todo el universo puede aún contenerse en las calles de su barrio, en los rincones de su habitación, en los surcos de los discos, en las imágenes que aparecen en las portadas de los libros. Entre los pliegues, entre los intersticios, entre los estados transitorios, entre el afuera y el adentro, entre las inclusiones y las exclusiones, entre el enclave de objetualidad del disco y el exclave de subjetividad del receptor. Este disco crecerá en ti, pero nunca envejecerá.

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